Ingresé a la academia de arte en el año 2006 sin tener la menor sospecha posible de la avalancha de malestares que me esperaban en este camino del mundo (o mundillo) de las artes plásticas. Lo más sencillo del proceso fue aprender las técnicas tradicionales de dibujo y pintura (de escultura no hubo nada significativo en ese entonces) y, aunque nos gustaba llamarlas “experimentales” no hay nada más tradicional que el trabajo de un estudiante que apenas asoma el cuarto semestre. Las cosas no mejoran mucho aun cuando se está ad portas de recibir el papel que dice que usted será un artista. Eso sí, si le alcanzan las agallas, la dedicación y el potencial (además de la influencia, la malicia y el dinero) para sustentar afuera lo que dice ese papel que le dieron en su academia.
Se debe recordar que afuera no hay 5.0 y mucho menos usted será la estrella de nada; afuera, sépalo bien, hay más artistas que abejas tiene un enjambre que hacen lo mismo y mejor que usted. Exponer en el bar de un amigo es lo mismo que nada para el medio artístico, ganarse un Salón de Estudiantes lo único que genera es la envidia de sus compañeros de clase que tienen el panorama igual de corto que el suyo, pero que le van a mirar con recelo mientras dicen a sus espaldas “este ya se cree artista”. Más aún, tenga cuidado si ellos y hasta usted mismo sospecha que ese premio no ha sido muy bien merecido por cuestiones de influencias bastante poco éticas, donde el jurado es su amigo o cualquier otra cosa, más que su docente. Todo esto, no en vano surge como una muestra del pavor al otro y a la justa competencia, a lo ajeno como peligroso de nuestro propio éxito, de manera que se piensa que podemos escalar a toda costa, porque todos somos un@s_____ (rellénese libremente) o lo que es lo mismo, porque ya nadie respeta a nadie realmente.
En este punto, me siento en la obligación por solidaridad quizás -no sin un tanto de pena- de despojarlos de la vana idea de pensar que sobresaliendo brillantemente en la academia, seremos “gente de bien” en el sistema del arte. Competir con su compañero de clase que además es más mediocre que usted jamás se podrá comparar con la avalancha de artistas mucho más privilegiados, más creativos, con más influencias o con más dinero (algo fundamental para ser artista) que se los tragará fuera de su facultad, de un zarpazo.
El verdadero arte, contrario a la historia y a todos estos falsos, ajena a todo ensalzamiento de la “buena gente”, como lo escuchamos de Felix Duque, es aquella destinada a transformar personas en individuos libres y autoconscientes.
Tristemente, empecé a sospechar que la sobrevaloración del término “artisticidad” y la banalidad en quienes se cuelgan tamaño atributo, deja ver la amplitud de nuestra miseria creadora; esto como consecuencia de que no sabemos entender el lenguaje ni visual, ni teórico. En este sentido, la pasividad cerebral nos impulsa a erigir la ceguera o el mutismo propio como regla universal de percepción: “No comprenden mi trabajo genial, luego ustedes son idiotas”. (1)
De no ser por Walter Benjamin trilladamente leído casi por obligación, dudo que alguna teoría bien estructurada esté presente en el discurso de los más perezosos estudiantes de artes, y nisiquera en la boca de los engullidores de vino de caja en cócteles y aperturas de exposiciones en las cuales estoy siempre presente ¡claro!
De no ser por Walter Benjamin trilladamente leído casi por obligación, dudo que alguna teoría bien estructurada esté presente en el discurso de los más perezosos estudiantes de artes, y nisiquera en la boca de los engullidores de vino de caja en cócteles y aperturas de exposiciones en las cuales estoy siempre presente ¡claro!
Desde esta perspectiva, si un estudiante imagina que el arte es tener más o menos virtuosismo para realizar manualidades, si cree que será indispensable para el medio artístico porque su notas de 5.0 lo confirman, si piensa que puede cambiar al mundo a través de su pseudo altruismo de artista comprometido, ese ingenuo estudiante está equivocado. Sin embargo, esta perspectiva puede ser comprensible dado que ahora se habla bastante banalmente de culture in action, concepto impuesto con mayor insistencia en países de tercer mundo cuya traducción más exacta a esta expresión sería el auxilio social, donde el artista se metamorfosea terroríficamente en una señora que piensa que el arte actual tiene como función contribuir a la calidad de vida del desvalido.
Evidentemente, al menos es evidente para mí, los repetidores de garabatos panfletarios parecidos entre sí, ad nauseam (2), suelen ser realizados por mentes presas del provincianismo artístico (atención, yo soy provinciana), en el cual, se destacan artistas a los que, supongo yo, "la vida y sus crímenes" les obliga a pintarrajear casas ajenas con el comodín ya bastante incómodo de proponer que están haciendo "arte urbano" y peor aún, "arte relacional" (léase a Nicolas Bourriaud y luego a Claire Bishop), e ilusoriamente se considera esta práctica un tipo de arte que, hija de su tiempo, debería redimir a la periferia. Sin embargo, tampoco ha de ser al contrario, el estudiante sufridor de las excentricidades del artista incomprendido-esnobista que se cree genial, aunque mi posición sea anacrónica, paradójicamente las esferas del arte oficializado, dada su alta concentración de arribismo social, siguen respaldando a estos artistas "esnobistas" y rechazando un tanto más a los discursos V de Vendetta, porque hasta para ejercer de súper héroe hay que ser bastante idiota y nuestra burbuja del arte no permite idioteces, salvo que sean idioteces bastante snobs.
Con este panorama nos acostumbramos como estudiantes a concebir como ciertas, una cantidad de teorías cual embutidos de comida chatarra cada vez más deglutidos por mentes convertidas en sacos bien pensantes, es decir, profesores mediocres deseosos de sazonarnos en miedos, prejuicios y fracasos propios que fatalmente solo frustran a nuestro joven y ya bien castigado cerebro (joven no en edad, dado que aquí para bien o para mal nuestro a los 50 años aún puedes ser un artista emergente, es decir, "joven”).
Entendiendo estas consideraciones no debería haber más certeza para un estudiante en el ejercicio de hacer obra, que la obra misma, y no puede existir más responsabilidad que con el contenido y la factura de su ejercicio de obra para ser presentada en algún futuro ante el público.
Luis Camnitzer |
Por otra parte, puedo entender que es confuso leer a Borriaud, Deleuze, Boris Groys, Anna María Guash, Hall Foster, y por supuesto Walter Benjamin, mientras ejecuta su manualidad de clase que contenga “concepto”, intentando descifrar además ¿qué es lo que el arte o el medio del arte desea de mí? Si nunca se ha hecho esta pregunta porque “el medio no le interesa”, es usted tremendamente hipócrita escudándose en el desinterés que produce el miedo y el resentimiento de sentirse renegado o, quizás, estés en el lugar equivocado y para desistir siempre hay tiempo. Si no es este el caso, no nos hagamos los falsos modestos que no hay nada más detestable que el artista que se hace el humilde para agradar. Si usted es estudiante de arte, es probable que la primera y última motivación como afirmaría brillantemente Nietzsche en su Ecce Hommo sea el EGO, ese sentimiento que nos invita a pensar “Escuchadme pues, yo soy tal y tal. ¡Sobre todo, no me confundáis con otros!” (3).
En nuestro interior sabemos que no nos interesa tanto como afirmamos la pobreza mundial, ni la contaminación, la polución o el calentamiento global, ni siquiera, ya me las arreglaré yo, las diferencias de género. Estos, no son más que pretextos teorizados, comodines parciales para sobrepasar al otro en el mundo de la competencia artística y tal vez trascender en el tiempo para ocupar un pequeñísimo renglón en la historia. Por cierto, ese período de no aceptar muy francamente por qué deseaba hacer arte, ha sido ya casi totalmente aceptado desde mi desconcierto, precisamente por ver la repetición insulsa de barbaridades que he cometido yo y que han cometido los otros cada vez más estúpidas, más también y sobre todo por la súbita reaparición del terror… A la trayectoria del otro. De eso hay que estar completamente curado.
Juan Mejía |
Este pensamiento cándido de que "quiero ser artistas porque quiero ser famoso", que invadió nuestras mentes está arraigado al concepto de arte que nos ha sido vendido más falsamente que el ideal romántico de una película de Walt Disney donde todos lloran y aplauden al final.
En resumen, como estudiante deberá tener claro que el circuito del arte está compuesto por ciudadanos algo inteligentes, algunos bastante anti éticos y corruptos, casi todos con más dinero que talento, otros lamentablemente bastante arribistas, agrupados por un interés común: rodearse de gente curiosa (que sea “culta” y “de bien”) que le ayude a cultivar su EGO y por supuesto su bolsillo para sentir que no hacen parte de la “masa”.
Ese propósito que tiene el estudiante de sobresalir con esfuerzo, honestidad, trabajo y potencial, resulta descompuesto al contacto como por ácido cuando aparece alguien con más privilegios, cuando los amiguismos y los intereses se asoman, y cuando el dinero no es suficiente para producir su obra o comprar al curador o asesor con uno que otro regalo de cuando en vez.
El verdadero arte, contrario a la historia y a todos estos falsos, ajena a todo ensalzamiento de la “buena gente”, como lo escuchamos de Felix Duque, es aquella destinada a transformar personas en individuos libres y autoconscientes.
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NOTAS:
1.… Pero si se teme o si se desprecia en tal medida los fundamentos filosóficos de una
obra y si se reclama tan intensamente el derecho de no comprenderla y de no hablar
de ella, ¿por qué hacerse artista? Comprender, esclarecer, es, justamente, el
oficio de ustedes. Roland Barthes, Mitologías.
2.
La expresión ad nauseam es una
locución latina que se utiliza para describir algo que continúa hasta llegar al
punto de producir náuseas. Un argumento ad nauseam, es una falacia en la que se
argumenta a favor de un enunciado mediante su prolongada reiteración, por una o
varias personas. Esta falacia es empleada habitualmente por políticos y
retóricos, y es uno de los mecanismos para reforzar las leyendas urbanas. En su
forma más extrema puede ser también un tipo de lavado de cerebro.
3. Ver, Friederich Nietzsche, ECCE HOMO, Como
se llega a ser lo que se es. Prólogo. Madrid, Alianza Editorial, El libro de
bolsillo 1996.