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sábado, 9 de mayo de 2015

"EL CRÍTICO RÍE" (Sobre críticos y crítica)

En 1972, el artista Pop Richard Hamilton diseñó una obra/objeto titulada “El crítico ríe”. A este irónico aparato le añadió toda la difusión publicitaria que incluyó videos de televisión para ser ofrecido como un objeto de consumo. De la obra produjo sólo 60 ejemplares; evidentemente, su “chiste” no se ofreció al público de masas, su objeto se vendió sólo en importantes galerías de arte y fue promocionado en pomposas y exclusivas inauguraciones. 

Esta pieza de Richard Hamilton siempre me ha parecido enigmática, algo inquietante; su comentario, además de enfocarse en hacer una crítica a la frívola sociedad que todo lo consume, especialmente esta que se ufana de hacer parte de la “alta cultura”, podría referirse también a esta predisposición apática cuando intuimos que el crítico se burla de nosotros, y cuando interpretamos que su comentario no deja de ser un chiste maniqueo al momento de enfrentarnos a las reflexiones que hace, especialmente, si éstas se refieren a nuestro propio trabajo.
"El crítico ríe" Richard Hamilton 1971-1972

Hacen parte de los seres más odiados pero también son muy respetados en el mundo del arte; algunas veces tienen un semblante arrogante y vanidoso, son agudos, y también tienen  el ojo muy entrenado cuando de evaluar el arte (objetivamente) se trata. Así mismo, son personajes bastante necesarios en este turbulento y nebuloso sistema; donde la mentira, la mediocridad, el tráfico de influencias, las falsas poses, y el engaño, llegan a ser, en muchos casos, la principal estrategia para "triunfar". Ellos son los Críticos de Arte. 

Los críticos de arte comenzaron a surgir, en términos concretos apróximadamente en el siglo XVIII durante las exposiciones de arte en París cuando se comenzó a promover el rol de comentador, informador y "educador del público", aunque sus verdaderos inicios se remontan al año 1381 gracias al historiador Filippo Villani (1325-1407), quien anticipó las primeras biografías en sus libros dedicados a la ciudad de Florencia y a sus artistas. Denis Diderot (1713-1784), quien es considerado el primer crítico de arte moderno por sus comentarios sobre las obras de arte expuestas en los salones parisinos, escribía que no hay nada más peligroso para el artista, que zambullirse y enlodarse en su propio ego, evitando aceptar una valoración que pudiera cuestionar su trabajo: “Engullimos de un sorbo la mentira que nos adula y bebemos gota a gota la verdad que nos amarga”.

En este sentido, no podría ser más acertada hoy en día, esta frase de Diderot, teniendo en cuenta los sacos apestosos de ego que solemos llevar a nuestras espaldas; esos que casi nunca nos dejan ver de manera objetiva, cuándo nuestro trabajo podría estar fallando, adjudicando a la crítica injurias personales, comentarios de vecindad y chismorreos insustanciales como hechos por señoras resentidas que nada tienen que ver con la correcta y justa valoración en esta importante disciplina.  
La crítica de arte  ha sido protagonista de historias a través de la literatura;  por ejemplo: escrita en 1832, ambientada en la Francia del siglo XVII y surtida de un fondo de ideas y términos heredados del renacimiento La obra maestra desconocida llegó a nosotros gracias a Honoré de Balazc (1779-18509, una obra magistral de la literatura donde puso en tela de juicio asuntos tan actuales y preocupantes como la falsa quimera que sostiene que la copia fiel del modelo es el producto final de la obra de arte. Con esto, Balzac cuestiona a través de su novela la holgura insensata y la mediocridad del artista que posee técnica pero que produce "figuras sin entrañas", como bien menciona el autor. 

"Solo porque han hecho algo que se parece más a una mujer que a una casa, creen haber alcanzado la meta y, orgullosos de no estar ya obligados a escribir junto a sus figuras, currus venustus (carruaje elegante) o pulcher homm (hombre bello), como los primeros pintores, se creen artistas maravillosos ¡Ja, ja! aún están lejos mis esforzados compañeros, necesitan utilizar muchos lápices, cubrir muchas telas antes de llegar." 

Denis Diderot
La práctica de la crítica de arte como una actividad generadora de discursos potencialmente sólidos desde el análisis y la reflexión, así como vehículo que dinamiza el pensamiento tanto del artista como del espectador, quien es, en última instancia, quien se encuentra más a la deriva dentro del mundo del arte, ha sido revisada dentro de diferentes debates y uno de ellos se enfocan en cuestionar, ¿cómo saber cuál es la gran diferencia, en términos prácticos, entre criticar por criticar, y hacer una verdadera crítica de arte? 
En el año 2011 el crítico de arte Jairo Salazar  miembro activo de la plataforma Esfera Pública, proponía este debate en su texto ¿Criticar o escribir sobre arte?; para el autor, uno de los problemas fundamentales de la escritura crítica sobre arte, es que se escribe desde lenguajes metafóricos, nebulosos y poco concisos (y esto se debe al miedo de decir lo que debe decirse) que distorsionan el mensaje generando un total desinterés por parte de los lectores y espectadores.  “Hace falta que se escriba sobre arte desde el papel del historiador. De aquel que compila experiencias, escribe crónicas, y documenta manifestaciones artísticas dentro de un tiempo y un espacio determinado”.
Sin embargo, y aceptando la razón de este planteamiento, el crítico de arte no siempre ha tenido que ser un gran erudito en historia, sino que también ha sido un apasionado por lo que hace: asistir, observar, analizar y escribir, y como ejemplo de ello podemos recordar a Charles Baudelaire (1821-1867), quien en su texto sobre El Salón escrito en 1846 nos propone algo fundamental a saber.
“En cuanto a la crítica propiamente dicha, espero que los filósofos comprenderán lo que voy a decir: para ser justos, es decir, para tener su razón de ser, la crítica debe ser parcial, apasionada, política; es decir, debe ser un punto de vista exclusivo, pero un punto de vista que abra el máximo de horizontes”. 
Baudelaire, quien también escribió en 1863 El pintor de la vida moderna, al igual que el gran dramaturgo, escritor y poeta Oscar Wilde (1854-1900), vieron la crítica de arte como un ejercicio único, casi como una obra misma, necesaria tanto para los artistas y espectadores como para quien la ejerce con total objetividad y disciplina.

En 1890 Oscar Wilde publica la primera parte de su ensayo El crítico como artista, que titula La importancia de no hacer nada. Dos meses después, aparece La importancia de discutirlo todo. En ambos ensayos propone, con un lenguaje desenfadado y mordaz, que la labor del crítico es más meritoria que la del artista y aprovecha para escandalizar a la sociedad de su época con provocaciones y epigramas. Establece que la diferencia entre periodismo y literatura radica en que “el periodismo es ilegible y la literatura no se lee”.
ALgunos críticos literarios han deducido que este ensayo es la obra más provocadora del dandy más ingenioso de la literatura universal. Entre sus párrafos se disfrutan de afirmaciones como:

"Es la crítica, no reconociendo ninguna posición como definitiva y rehusando atarse a los dogmas de cualquier secta o escuela, la que crea ese sereno talante filosófico que ama a la verdad por sí misma, y que no la ama menos porque sepa que es inalcanzable."
"La creación siempre va por detrás de su tiempo. Es la crítica la que nos guía. El espíritu crítico y el espíritu del mundo son la misma cosa."
"Sin la facultad crítica no existe, en absoluto, creación artística digna de ese nombre... Quien no posee esa facultad crítica no puede crear arte."

Retrato de Baudelaire por Edouard Manet en 1862
En la modernidad, grandes mentes analíticas como las de Clement Greemberg (1909-1994), o Robert Hughes (1938-2012), estuvieron interesadas tanto por ofrecer un comentario directo, así como pedagógico y desafiante, y esto quedó demostrado en el caso de Robert Hughes en su serie documental “El impacto de lo nuevo” y en su libro A toda crítica: Ensayo sobre arte y artistas, una recopilación de los artículos que Hughes escribió para la revista Time, comentando las memorables exposiciones temporales que organizó el MOMA durante los años 80, incorporando el análisis de las tendencias artísticas de los años 90 y señalando los años de “la muerte del arte” (no en términos hegelianos) cuando sólo se convirtió en mercancía. 
Robert Hughes se dirigía a un público cada vez más desconcertado ante el cambio de paradigmas tanto teóricos como estéticos del arte a finales del siglo XX y miraba con recelo a artistas como Andy Warhol, Jeff Koons, Damiant Hist, y toda la corriente Pop que traería en brazos el nacimiento de las nueva categorías estratégicas del arte contemporáneo, una de ellas, quizás la más abominable para Hughes fue la avalancha irracional del coleccionismo y la nueva burbuja del mercado del arte.

En un contexto mucho más cercano, podemos recordar las lecciones de la crítica de arte argentino-colombiana Martha Traba (1939-1983), quien fue reconocida por sus importantes aportes al arte latinoamericano; y a pesar de las diatribas, Marta Traba tenía como lema que la crítica debía ser un arma más que letal para combatir el marasmo de pensamiento y la pereza creativa de artistas, poetas, literatos o cineastas:

La crítica “destructiva” me parece cada vez más acertada para nuestro medio, oponiéndose a la actitud benéfica, paternalista y conciliatoria de la llamada crítica “constructiva”, que todo lo absuelve y lo redime teniendo en cuenta nuestra irreparable mediocridad y considerándonos como débiles mentales que, en este continente sub desarrollado, “hacemos lo que podemos”. Dejemos a la crítica “constructiva” que siga justificando los peores festivales de teatro, la poesía más ramplona, los ensayos más obvios, el más pueril "izquierdismo intelectual”, y establezcamos en las artes plásticas la crítica “destructiva”, hasta que solo queden los que realmente salen vivos de este paso por el fuego porque sus justos valores se lo permiten. (La crítica destructiva, la reacción y saber decir que no. Revista Estampa. Bogotá 1960).

Actualmente y a pesar de los interminables debates sobre la tan añorada "muerte" de la crítica de arte, lo cierto es que esta disciplina, gracias a la aparición de los medio de difusión masiva en la internet como los blogs, las revistas y los libros virtuales, está según parece más viva que nunca. James Elkins, profesor del departamento de Historia del Arte, Teoría y Crítica en el prestigioso Art Institute of Chicago, en una entrevista para El Cultural, dice lo siguiente: “En cierto sentido, la crítica de arte goza de muy buena salud. Tanta que está tomando la delantera a sus lectores: hay más crítica de la que nadie pueda leer. Incluso en ciudades de mediana envergadura, los historiadores del arte no pueden leer todo lo que aparece en los periódicos o lo que imprimen museos o galerías.

Clement Greemberg, Marta Traba, Robert Hughes

También en Latinoamérica, la crítica mexicana Alvelina Lesper, viene realizando hace ya  algunos años una actividad consistente, aunque sus posiciones generalmente extremistas, no dejan al desconcertado lector más que dos caminos posibles: tener apreciación y dar valor a lo que es hoy el arte contemporáneo, o por completo rechazarlo. 

"El artista contemporáneo vive en una burbuja, no tiene contacto con el público, niega la crítica que no es favorable y si el público no va a la sala es porque no entiende, nunca porque su obra deje insatisfecho al espectador o porque se perciba como una farsa. Este anti-arte no es para el público ni para el museo, es una práctica endogámica para sus curadores, críticos y artistas."

En Colombia, la crítica de arte se ejerce desde diferentes frentes como la disidencia, o la institucionalidad y esto entraña quizás esa necesidad de “discutirlo todo” como escribió sabiamente Oscar Wilde. Existen actualmente plataformas virtuales como  como Esfera Pública, Sablazo Crítica Cultural, El Malpensante, La Silla Vacía, entre otros, o textos en publicaciones institucionales y revistas especializadas donde leíamos el pensamiento de Alvaro Medina, Eduardo Serrano o Luis Fernando Valencia hace ya algunos años, y Elkin Rubiano, Guillermo Vanegas, Jaime Iregui en la actualidad, por mencionar solo algunos interesados en realizar esta labor.

Para cerrar y recordando de nuevo la novela de Balzac, así mismo recordando la enigmática obra de Richard Hamilton:

"El vulgo admira, pero el verdadero entendido, sonríe"

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Fuentes: 

La obra maestra desconocida, Honoré de Balzac: http://www.escuelamaritima.com/media/noticias/4395_file.pdf 
Fragmento sobre el Salón de 1846, Charles Baudelaire 
El crítico artista, Oscar Wilde: http://es.scribd.com/doc/63655528/Oscar-Wilde-El-Critico-Artista#scribd 
http://esferapublica.org/nfblog/criticar-o-escribir-sobre-arte/ 
https://martatrabaenlinea.wordpress.com/about/ 
http://www.elcultural.es/revista/arte/Criticos-y-fantasmas/21491




sábado, 30 de junio de 2012

PANDEMIA HIPERREALISTA:

(La enfermedad del artista emergente)

Se entiende el hiperrealismo en términos del arte como una tendencia “radical” que deriva de la pintura y el dibujo realista y que fue surgida en Estados Unidos a finales de los años 60. Esta es una tendencia que propone reproducir la realidad con más fidelidad y objetividad que la fotografía. A veces es confundida con el fotorrealismo que dicen, los que dicen que saben, que es "menos radical". Esta modalidad de dibujo y pintura (porque aquí no hay escultura y menos hiperrealista) ha sido adoptada por algunos artistas emergentes de nuestra ciudad y la razón es que sugirió como un comodín tan eficaz y rápido a la hora de justificar una propuesta, que no nos queda la menor duda de que en realidad la fórmula funciona. Basta con visitar las exposiciones de pequeños formatos, las subastas de arte y ornamentación, las galerías que cobijan nuevos artistas, los concursos y demás, para enfrentarse a la notable presencia técnicamente correcta, pero carente en absoluto de contenido de un sinnúmero de dibujos y pinturas que revelan además del virtuosismo y el ta-lento, la carencia de pensamiento, la falta de fondo y de reflexión que plantea el trabajo de algunos nuevos creadores, donde todo y nada nos parece aceptable siempre y cuando siga siendo agradable a la vista. 

La pobreza de pensamiento trae como consecuencia ver a todos estos dibujantes y pintores apoyando sus discursos en la nada, porque la técnica lo es todo, así, aparecen entonces dibujos de animales, de rostros, de gente con gente, gente en espacios imaginarios, mímesis de plantas, mímesis de tubos, puertas o texturas o lo que sea que se pueda representar, de nuevo. Esta actitud desprovista de reflexión y enfocada en los aspectos técnicos se bautizará en la modernidad como “el arte por el arte” es decir, la forma es el contenido, no el contenido precede a la forma. Ya Danto lo advirtió cuando afirmaba que «moderno» no es simplemente un concepto tem­poral que significa «lo más reciente», tampoco «contemporáneo» es meramen­te un término temporal que significa "cualquier cosa que tenga lugar en el presente” el arte contemporáneo no es simplemente el arte moderno que se está haciendo ahora… existen también artistas modernos en nuestra época que apenas emergen. Así, nuestros artista modernos, justificarán que cualquier cosa servirá de excusa para hacer una buena pintura o en otros casos un buen dibujo.
De esta ideología no son ni culpables los artistas, ni el hiperrealismo o realismo fotográfico por existir como tendencia y como medio, pues debo recordar buenos nombres que se disciplinaron en este propósito, Ron Mueck indiscutiblemente magnífico con sus hipérboles humanas en escultura, Richard Este con sus magnificencias citadinas, recordándome un poco al ejercicio que realiza el artista local Nadir Figueroa quien ha demostrado disciplina y constancia, y más cercano a nosotros lo hizo el artista Santiago Cárdenas con sus tableros y ganchos. Sin embargo, el problema radica en la fácil aceptación por parte de maestros, asesores y jurados al aprobar trabajos sin fundamentos, un tanto banales, que no harán en el panorama del arte otra cosa que servir como decorado de apartamentos o lofts de "la buena gente", de galerías y de uno que otro museo que desee algo “nuevo y refrescante” para su colección.

Ron Mueck en su estudio.

El autoengaño es más peligroso que el “fracaso”, el autoengaño en la mayoría de estos artistas radica en el pensamiento poco profundo de creer que las ventas son termómetro del éxito, cayendo en la trampa de la banalidad, la falta de fuerza y la tendencia al ornamento carente de aportes.

Si juzgáramos el mercado del arte en nuestro país y de acuerdo a esto determinamos qué es el medio artístico y quiénes son los agentes interesados en “buen arte”, llegaríamos a la conclusión de que casi no tenemos arte y tampoco deseamos hacer nada al respecto, de que aquí tenemos muchos dibujantes o pintores más no tenemos a muchos artistas, de que en Colombia la gente confunde tener "buen gusto" con tener el ojo entrenado y no hay muchos criterios que nos adviertan en las ferias o subastas sobre lo que no es arte y, por lo tanto, si y solo si compran hiperrealismo o lo que se le parezca teniendo en cuenta además que hay unos más virtuosos que otros y cuando los aglomeran en una misma exhibición podemos diferenciar los buenos de los mejores.


Richard Este

Finalmente, cabe preguntarse entonces ¿Qué hace un artista que enfoca su obra en la dinámica hiperrealista, además de ser un buen hiperrealista? Dejo esta pregunta abierta y cada artista que defienda su talento haga y piense lo que quiera. Si la respuesta es: hago hiperrealismo, diste en el clavo, ¡estás en lo correcto!



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