domingo, 25 de octubre de 2015

SIGNO, PALABRA, TEXTO, IMAGEN: La cultura de la información fragmentada y el papel de las revistas de arte.


“No hay forma de contabilizar la inmensa cantidad de textos sobre arte contemporáneo.
No hay forma de contabilizar la transmisión de dichos textos”. Vilém Flusser.


Jorge Andrés Marín. Obra: Magazines
Técnica: Lápiz, colores y trementina sobre papel, empaque plástico y urna de acrílico
Dimensiones variables. Año: 2012

Situándonos hoy en una sociedad en la que como lo dijo alguna vez el crítico de arte Robert Hughes tenemos más acceso a las imágenes en un solo día del que pudo tener un hombre de la edad media en toda su vida, no es de extrañarnos que nuestro horizonte de información sea tan extenso y plural —con periódicos, carteles, afiches, fanzines, pancartas, el sistema televisivo, la radio, revistas de toda índole impresas y virtuales— que el carácter acumulativo de estos modelos y formas en las que “almacenamos” la cultura, se haya vuelto, desde un punto de vista crítico, de poca fiabilidad; pues quizás, siendo francos, la cantidad de información es mucha, pero de una profundidad limitada. 
El capitalismo sumado a la electrónica nos ha dado un nuevo hábitat de información más inmenso, pero menos real, algunos sociólogos los han llamado “el bosque de antenas”, en el que las imágenes del mundo y la información de lo que acontece está al alcance de todos, pero sin un filtro de calidad posible y verdadero; por lo tanto, ese filtro deberá cimentarse desde nuestro propio criterio.
La cultura de las imágenes nunca había tenido tanta relevancia parar el hombre como la tiene ahora, así como las letras nunca estuvieron tan accesibles después del fenómeno de la imprenta gracias a la red virtual. Somos una imagen que proyectamos al mundo y nos constituimos como sociedades bajo parámetros irreales de información; el arte “educa” pero el signo “adoctrina” y esto ya lo sabían algunos artistas hace más de cien años. 

Así, el arte encontró en el signo su más importante aliado, pues en el siglo XIX el mundo de la revolución industrial apareció en la pintura y se fue abriendo paso hasta una categoría estética fija donde el signo encontró su camino en el arte algún tiempo después; el abismo entre el habla formal y la jerga del signo comenzó alrededor de 1900 cuando un grupo de artistas y poetas se dieron cuenta de que la letra impresa estaba a su alrededor, formaba un lenguaje visual que el artista apenas había rosado y querían tomarlo.
Uno de los movimientos artísticos que utilizó con más fuerza el signo como estrategia fue el Pop Art, por supuesto, mucho tiempo después de que Hugo Ball escribiera sus primeros textos Dadá y con él, el espíritu de la ruptura absoluta en el arte de vanguardia. En julio de 1917 salió el primer número de la revista Dada para convertirse en uno de los nexos más relevantes en los organismos de la cultura: arte y palabra escrita convertida en todo un medio de comunicación, en un órgano de difusión para esta corriente artística. 
Los dadaístas emplearon la publicación de su revista con el fiel propósito de expandir su idea de “arte anti-arte” y de “estética-ética” como una especie de protesta al fracaso humanista que constituyó la primera guerra mundial. Sin embargo, el carácter humanista que establece hoy el deseo de “almacenar” la cultura y en este caso, el arte, más aún por medio de un sistema de información de libre distribución como lo es una revista, constituye una dinámica de rebeldía frente a la banalización de la información (televisiva y radial) por un lado, y de oposición a la indiferencia intelectual por otro, pues sabemos, la cultura actúa como una memoria mediante la cual el ser humano se pone a salvo del olvido. Siendo conscientes, una revista de arte es una manera de regular una (no “la”) memoria cultural, pues el proceso jerárquico que implica construir el contenido (qué se publica y qué no se publica) es un ejercicio político y paradójicamente “revolucionario” que afecta muy directamente a todos los que están implicados en el.

Ahora bien, si tenemos entendemos que una revista es un medio de comunicación y difusión (como lo fue para Dadá) este objetivo solo es posible cuando los diálogo (entre quien escribe y para quien se escribe) y los discursos (lo que se escribe) trabajan armónicamente entre sí, en tanto que en otros medio como en la televisión y la radio, predominan como lo indica en su texto “El consuma fragmentado de información” Vilém Flusser “Una forma de discursos que ponen trabas a los diálogos”, y entonces, la estructura social corre el riesgo a desmoronarse para convertirse en una masa amorfa sin criterio ni juicio individual alguno. 

Es así que las revistas ofrecen una segunda y más exhaustiva revisión de los sucesos de la cultura, o por lo menos, sus contenidos pueden ser un poco más estructurados para el pensamiento intelectual y proponen al receptor el libre uso de sus facultades analíticas, para así, seleccionar qué contenido albergará en su cerebro y qué puede ser fácilmente desechado en tanto que las informaciones transmitidas por medio de un discurso, son archivadas en la memoria y cuanto más nueva es la información que nos llega, tanto más difícil, cuanto más redundante, tanto más cómoda nos resultará almacenarla. 

Finalizando esta reflexión, nosotros que ahora hacemos parte de las llamadas “sociedades de la información” deberíamos hacer el intento de construir un criterio más agudo, uno que indague y valore más allá de los prejuicios personales, pero que esté en la capacidad de diferenciar un contenido coherente y autónomo, que expanda los diálogos más que pretender imponer “certezas”; frente a la condición en la que el arte, la cultura y la cualidad intelectiva, son los pilares de cómo repensamos y representamos el mundo de hoy.

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Referencias:
El impacto de lo nuevo “La cultura como naturaleza” Robert Hughes
“El consumo fragmentado de información” Vilém Flusser, en Revista LETRA N.54, enero-febrero, 1998
Imagen: Cortesía del artista Jorge Andrés Marín

LA IMAGEN BANALIZADA

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